
Pero, ¿qué son los afrodisíacos? La mitología de las antiguas civilizaciones humanas aún influye incluso en creencias y ritos que nos parecerían arcaicos aplicarlos en la actualidad. La palabra en sí misma proviene de la diosa griega Afrodita (Venus en la Roma antigua), divinidad femenina relacionada con el amor, la fecundidad y la energía primaveral.
Es por ello que se suele denominar así a cualquier sustancia que realmente o por fantasía popular estimula o aumenta el deseo sexual. Estos estimulantes, que se han divido en objetos por asociación sensual (elementos que han trabajar la imaginación por simple asociación visual), por irritación directa de la mucosa genital (como la utilización de ciertas sustancias que por ingestión o frotación producen una sudoración erróneamente asimilada como una excitación), sustancias que alteran nuestro sistema nervioso central (alcohol y drogas que simplemente resultan inhibidores del pudor), aquellos que por vías análogas logran encender las pasiones (como un exquisito perfume, un plato gustoso al paladar, o el sencillo roce piel con piel) o por el traspaso mediante la tradición cultural (los mitos de los mariscos usualmente comentados en Chile, el gingseng en China o los renombrados nidos de golondrina en el libro de Isabel Allende, “Afrodita”).
Ciertamente, y a pesar de los estudios realizados respecto a este tema a través de la historia, muchos de esos mitos son realizables en la práctica por el puro deseo de que así sea. Quien podría pensar que las feromonas del olor viril de un hombre sudado puedan desatar la pasión desenfrenada de una mujer, ya que hoy en día más de alguna pareja ha tenido serios problemas por los “aromas” masculinos que invaden la habitación matrimonial, llegando incluso al punto de la separación. ¿Algo drástico, no? Sobre todo si pensamos que según nuestra naturaleza, más allá de lo humano y racional, nuestra base animal podría hacernos adorar y caer rendida ante tales aromas de la propia piel del ser amado.
En fin, en el libro antes citado, la reconocida mundialmente escritora chilena señala algo muy cierto. Muchos expertos sexólogos, y otros tantos charlatanes, han cometido un gran error respecto al verdadero Punto G. “El verdadero Punto G está en las orejas; quien ande buscándolo más abajo pierde su tiempo y el nuestro”. ¿No hay nada más excitante que un dulce discurso, o un mal cantante, con tenue color de voz en el oído, con dulzura y elegancia? Pero, ¡ojo! No confundamos elegancia y dulzura con galantería barata, y menos aún con charlatanes de la sensualidad. Eso sí que le mata la pasión a cualquiera.
Sin embargo, sea a ciencia cierta, por el llamado de las feromonas, el sabor de exquisiteces o aromas refinados, no hay nada más excitante que el amor. Ricardo Arjona tiene razón al decir que no hay afrodisíaco más surtidor no son los mariscos sino el amor. Con amor, la torpeza y la risa fácil se vuelven envolventes y excitantes para quien siente ese sentimiento dentro.
El amor es extraño, loco y a veces cruel, pero no podemos vivir sin él. Es sencillamente un mal necesario, el amor, no los hombres como dicen por ahí. Lo difícil del amor es mantenerlo y que perdure en el tiempo, ya que muchas veces la pasión que un día lo encendió se va apagando con el tiempo o la rutina, y es ahí donde empieza el juego del erotismo, donde los afrodisíacos pueden darnos una manito y encender pasiones que parecían extinguirse junto con llama de la juventud.
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