Cuando el reloj no me deja ser yo

diciembre 01, 2007

Cuando se habla de ruptura sentimental asociamos directamente esa situación con el dolor y el sufrimiento. Sin embargo, existe una postura muy particular sobre ese hecho que me llamó mucho la atención.

A más de alguien le habrá pasado que cuando su pareja decide romper con la relación, siente como si ya nada tuviera sentido, ni siquiera la propia vida.

Sin embargo, la psicóloga Eva Giberti, señala que el término ruptura está mal usado, ya que el común de la gente tiene un concepto errado de lo que significa “romper”. En verdad, la ruptura significa romper, cortar. “Usted puede romper y quebrar como se quiebra una porcelana, en forma limpia. Pero la herida de lo que se rompe puede no ser así; puede tener bordes deshilachados, dejando fibras a la vista. Entonces, lo roto puede ser muy claro y lineal, como cuando se corta un diamante, en que ambos bordes quedan separados pero estos pueden volver a juntarse sin necesidad de encastrar, y otras veces en cambio, lo que se rompe va dejando huellas de lo uno en lo otro. Entonces, al asociar “lo que se rompe” con “ruptura” genera una sensación de algo doloroso, no de lo que se corta limpiamente, sino que arrastra sufrimiento.

Sencillamente el trovador Ricardo Arjona tiene razón cuando cantaba “no te enamoraste de mí, sino de ti cuando estás conmigo”. Y es que sencillamente hay mucho de cierto en eso, ya que en una relación de pareja, las personas tendemos a proyectarnos en el otro, se establecen planes en la mente de una vida en pareja que involucra un futuro, una vida, donde el individuo va perdiendo cierta parte de su personalidad, aunque en los casos más extremos, hay quienes dejan de ser completamente lo que fueron antes de estar con ese alguien.

Es por eso que esa sensación de pérdida es tan fuerte, ya que no sólo sentimos que perdemos a quien amamos, sino además nos perdemos nosotros mismos en un abismo del cual no sabemos salir por sí solos. O peor aún, no queremos ni siquiera intentar nada, porque ya la vida perdió todo sentido, ya que lo que perdemos no se recupera más. Eso que fuimos cuando amamos a alguien se perdió, y si aparece un nuevo amor, vamos a ser otra persona, con o sin experiencia acumulada, pero otra al fin y al cabo.

La psicóloga dijo algo que parece tener mucha razón: los chilenos, más las mujeres creo yo que los machos, somos expertos en arreglar cualquier cosa. A diferencia de los estadounidenses por ejemplo, si falla un electrodoméstico, no pierden el tiempo en mandarlo a un técnico, sino que se tira sin más y se compra uno nuevo. Eso pasa usualmente en las relaciones afectivas. Creo que la mujer chilena se ha acostumbrado a pensar “no importa, mañana es otro día, todo va a cambiar, y seremos felices para siempre”, y en la práctica una milésima parte de las veces resulta una decisión adecuada.

Ante eso, hace alusión a la teoría de lo efímero, algo que ha evolucionado en las relaciones interpersonales de las nuevas generaciones, ya que, según un claro ejemplo que puso Giberti, aunque ya no estén de moda los abrigos de piel, si alguna mujer de la edad de mi abuela, por ejemplo, tiene uno, no dudará en conservarlo, pensando que es algo valioso y que queda en el recuerdo. Nos ha pasado muchas veces, que compramos un pantalón de un color un poco “extravagante” un verano y ya al siguiente está absolutamente “out”, y lo dejamos guardado en lo más profundo del closet, ya que mi generación, la de los 80, aún vive una etapa de transición. Seguro que alguien más joven que yo no lo duda ni un segundo y lo tira a la basura.

En fin, siguiendo con el tema principal, las rupturas sentimentales, cuando es el otro quien nos anuncia que ya prescinde de nuestra compañía, no son sumidas como una liberación. Este tipo de separación, que llamaremos “involuntario” es lo que genera ese sentimiento de pérdida y frustración. Es una carencia extrema, que podría llegar incluso a ser patológico cuando afecta nuestra visión de la vida, de las relaciones interpersonales, no sólo de pareja, sino también con amigos y el entorno en general.

Cuando ese vínculo de pareja se rompe sin darle al otro la oportunidad de “defenderse”, por ejemplo, cuando decimos “quiero que nos dejemos” y no dejamos al otro a hablar y expresar sus sentimientos o simplemente lo que piensa, es que la sensación interna es más cruda aún, ya que, generalmente, se incurre en un “abuso de poder”.

Esto es considerado como un ataque por el receptor de este mensaje, quien no ve su posibilidad de expresarse. Esto constituye un grave problema de comunicación, sobre todo cuando aparecen las típicas frases “dejé de amarte” ó “eres insoportable”. Ante esto, el otro se sentirá juzgado, y entrará en una situación de guerra en que deberá defenderse, o simplemente morir, y ver venir de esta forma el horrible sentimiento de la humillación.

El tiempo: el “yo” en el mundo.
Al parecer la respuesta a todo este embrollo es, sin embargo, la vieja receta de la abuelita: el tiempo lo cura todo. Sólo el paso del tiempo puede sellar el cierre concreto de un vínculo, y si este no es el remedio a esas penas, lo mejor es ver un especialista, pues se cae en la patología.

Es como una herida, con el paso del tiempo y el tratamiento adecuado, la yaga va cerrando, hasta dejar una leve marca sobre la piel de lo que algún día fue y dolió.

Aunque este no sólo tiene que ver con el paso “cronológico” del tiempo, ya que este término tiene que ver con el “yo” en el mundo, y pueden pasar días, meses, y hasta años, y podemos sentirnos atrapados en una trampa del tiempo, al no lograr separar lo que somos con lo que supuestamente “perdimos”.

Sin embargo, suele ocurrir que con mientras avanza el calendario viene la fiel amiga: la reflexión. Esta nos lleva a ver las cosas sin vendas en los ojos: frecuentemente nos preguntamos ¿quién era yo? ¿Cómo no lo vi antes, cómo no percibí que algo estaba mal? E incluso: ¿quién era yo en aquel entonces?

Aunque uno se considere la persona más independiente del universo, cuando estamos en pareja, siempre dependemos del otro. Hasta para salir con los amigos, si estas en pareja, aunque salgas todos los fines de semana de fiesta, lo mínimo que haces es llamar y decir “mi amor, voy a salir”. Aunque a muchos, auto identificados como libres o independientes, les molestará dar explicaciones en algún momento de sus vidas, cuando hay un quiebre, y esa persona ya no está, hasta esas cosas se extrañan luego.

La pérdida de la unidad.
Cuando una ruptura amorosa duele, es porque existía en esa pareja la concepción de unidad, es decir, yo soy yo en cuanto al amor que siento por mi pareja, donde existe una ilusión, un deseo y una necesidad, el trípode que hace a una pareja ser “uno”. Y es esa unidad lo que genera una seguridad de no disociación, algo que sería absolutamente contradictorio ya que sólo nosotros mismos somos nosotros mismos: cada cual es quien es por lo que es, y no por el resto.

Sin embargo, cuando se ama y se emprende una relación, esa unidad se quiebra cuando la pareja decide romper, dejando astillas con trozos de esa ilusión, deseo y necesidad, causando en el interior una sensación de carencia, de que se ha dejado de ser lo que se es.

La unidad es una garantía del yo, que diría nos viene de los griegos, y es eso lo que duele, generando un dolor que puede traspasar lo psíquico y manifestar se manera física, incluso con un paro cardíaco, que es justamente la ruptura de un órgano tan “digno”. Y es que cuando se jura, se hace con la mano en el corazón, con lo que podríamos pensar que hay mucho de cierto cuando decimos que se nos rompe el corazón en pedazos, ya que esto tiene que ver con la pérdida de la unidad.

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